viernes, 29 de marzo de 2013

El postmodernismo y el cine oriental

En la numerosa literatura existente sobre historia del cine, la segunda guerra mundial es descrita como el momento a partir del cual comienza a desarrollarse un "nuevo cine" o "cine moderno" en oposición al cine clásico que hasta entonces se venía haciendo en los estudios, restringido a los convencionalismos y reglas comerciales de un sistema industrial y dónde no se concebía al cine en su calidad de arte.

Este "nuevo cine", estaba libre de convencionalismos y esteticismos, muchas veces sin recurrir a actores, filmado en la calle y no en estudios, sin trucos de montaje ni aparatosos movimientos de cámara. Los cineastas de esa época pretendían mostrar la realidad, retratando la vida a través de situaciones cotidianas, donde ya no cabía esperar héroes o heroinas, sino a personajes atormentados, marginales y muchas veces alienados.

Era el Neorrealismo de De Sica, Visconti y Rosellini, que más tarde inspiró en Francia a Truffaut, Resnais, Varda, Godard y otros en la llamada Nouvel Vague en los 60's, en una Europa que despertaba a un nuevo mundo.



A más de 40 años de eso, se puede hablar en estos días de una nueva crisis en el cine occidental. Las producciones son cada vez más conformistas en cuanto a su contenido y las apuestas se inclinan cada vez más hacia los valores puramente estéticos.

No obstante y de manera paralela a este proceso de "involución" de contenidos y discursos, se ha venido desarrollando un cine de autores que triunfan en los circuitos de los festivales europeos y acaparan titulares en publicaciones especializadas como Cahiers du Cinema.

En este grupo de cineastas post modernos, destacan las aportaciones del cine oriental, especialmente el cine proveniente de Hong Kong, Taiwán, Japón, Tailandia e Irán, conformando un tipo de cine del que podría decirse está de moda.

En alguna medida se puede constatar el retorno a los postulados de la nouvelle vague en algunas producciones de Tsai Ming Lian, por ejemplo ¿Qué hora es allá? (2001), The River (1997), The Wayward Cloud (2005), donde vuelven a adquirir una importancia capital las relaciones espaciales que tienen lugar entre los objetos y las personas y a su vez entre las personas y su entorno. Ya no importa tanto la anécdota o la idea fuerza, como en el "cine publicitario" instalado en las salas desde la década de los 80. El plano general, la cámara estática, los actores reflejando emociones a la manera del teatro filmado que se veía en las postrimerías del cine, vuelve a adquirir importancia.

Es posible volver a presenciar el ingenioso uso de recursos como el color y las texturas para expresar estados mentales de los personajes (alienación, sopor, falta de perspectivas) muy al estilo de maestros occidentales como Roman Polansky (Repulsión, 1965) y Michelangelo Antonioni (El Desierto Rojo, 1964).

Apichatpong Weerasethakul, artista tailandés del video que se atrevió a trasgredir los códigos tradicionales del cine en Uncle Bonmee (2010) y Tropical Malady (2004), haciendo un cine-poesía, que juega con los colores, las texturas y los tiempos. Es un cine sin música incidental, con largos momentos de silencio, conversaciones que no desencadenan hechos posteriores. Todo en el cine de este autor está concebido para llevarnos de paseo al mundo interior de sus personajes y sus sueños. Son historias donde se desdibujan los límites entre lo real y lo ficticio.

En Japón los ejemplos de autores inconformistas se remontan a la década de los 60's con cineastas como Iroshi Teshigahara, Shohei Imamura y Nagisa Oshima, que plasmaron su particular visión de las relaciones humanas, los problemas sociales y las relaciones sexuales en un japón extremadamente conservador, con películas como Woman in the Dunes (1964), Los Pornógrafos (1966) y El Imperio de los Sentidos (1976), respectivamente.

Si los cineastas franceses de la nueva ola vieron la necesidad de hablar de los temas contingentes de su tiempo, siendo el holocausto un tema urgente (Noche y Niebla, Alain Resnais, 1955). Imamura no pudo dar la espalda a su propio holocausto nuclear con lluvia negra, (1989), dando pie nuevamente a particulares y perturbadoras visiones de una sociedad modificada en sus fundamentos por el horror de la guerra.

Wong Kar -Wai se ha encargado de elaborar sendos estudios de la pasión heterosexual por medio de sus películas In The Mood for Love (2000) y 2046 (2004), cintas donde se desdibuja el espacio y el tiempo en el que viven los personajes, para introducir al espectador en la relación de los protagonistas, en una especie de triángulo. Se trata este de un cine lento, de pocos diálogos, con una importante participación de la fotografía, los decorados y la música incidental en la puesta en escena.

En alguna medida, en ninguna de las cintas de estos autores es dable esperar los elementos propios del cine clásico, es decir, están presentes las nuevas dramaturgias poéticas, donde las acciones no tienen necesariamente consecuencias, los protagonistas no deciden sobre los acontecimientos siendo a veces meros objetos de una existencia que en muchos sentidos los supera.

Tsai Ming Liang por ejemplo, elabora un cine a partir de la narración de las anécdotas en las vidas de personajes pusilánimes, que deambulan por barrios de ciudades indefinidas, que se pasan horas sentados en sus habitaciones padeciendo el calor tropical, sudando. El agua es muy importante en las películas de este autor. Por ejemplo en The River, toda la película se inicia en el lecho de un río inmundo en el cual se filma una película. El protagonista después de hacer las veces de un cadaver flotante adquiere una enfermedad a la piel que lo atormenta durante el resto del filme y el vehículo para expresar este dolor, que a su vez es un dolor existencial, es el agua que chorrea en su departamento desde los pisos de arriba.

No se trata de películas fáciles de ver ni de asimilar para quien está acostumbrado a los planos secuencia de menos de un segundo de duración y a la acción trepidante y excesiva de las clásicas películas que nos llegan desde Hollywood y Europa. Pero, es un ejercicio que vale la pena realizar para volver a encantarse con el cine.

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