miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las mujeres según Mizogushi



 Escena de Utamaru y sus cinco mujeres (1954)

El cine nipón, de trayectoria casi tan antigua como el cine mismo, se ha caracterizado por sus discursos y significados que giran en torno o hacen directa alusión a las relaciones humanas determinadas por el peso de las tradiciones y de los códigos de lealtad, sumisión y obediencia, conceptos que adquieren particular relevancia en una sociedad tan jerarquizada como la japonesa, en especial aquella de los períodos Edo y Meiji.


El cine de los más grandes cineastas de Japón gira en torno a estos conceptos. Es el caso de Yasujiro Ozu, Mikio Naruze y el prolífico Kenji Mizogushi, caracterizándose el cine de estos tres directores, por el protagonismo que otorgan a la mujer.

Catalogado por muchos como un cineasta ecléctico por la gran variedad de temas y épocas que abordó a lo largo de su carrera, Mizogushi es un cineasta recordado sobre todo por sus películas posteriores a la segunda guerra mundial, particularmente aquellas rodadas en la década de 1950. En este período filmó las que son consideradas sus obras maestras y se dio a conocer en occidente como autor.


Anju se sacrifica para salvar a su hermano Zushio en El Intendente Sansho (1954)

Claramente hay elementos comunes en este corpus fílmico. Las películas pueden estar protagonizadas por hombres o por mujeres, pero estas últimas ya sea por presencia o ausencia juegan un rol clave en el destino de los protagonistas, desencadenando los hechos o conduciéndolos hasta su desenlace. Aún cuando se trate de películas protagonizadas por hombres, toda la historia gira en torno a una figura femenina.

Generalmente se trata de historias de amores imposibles como el de una señora noble y un trabajador socialmente inferior y el consecuente castigo para ambos. Siempre está presente la figura del amo o patrón abusador e inhumano (¿reflejo de la abusiva figura paterna del propio cineasta?). De este modo casi siempre hay un trío de personajes en torno al cual se construye el relato.


Son historias trágicas y dolorosas, donde no existen el "happy ending" puesto que los personajes, al revelarse en contra de aquello que la sociedad les tiene predeterminado, están condenados desde el comienzo. De esta manera se ven superados por las adversidades que enfrentan y no tienen más alternativa que afrontar su aciago destino con resignación.

Las mejores películas de Mizogushi, El intendente Sansho (1954), Los amantes crucificados (1954), Vida de Oharu Mujer elegante (1952) y cuentos de la luna pálida de agosto (1953) son ejemplos de esto. En ellas Mizogushi aprovecha de elaborar discursos críticos sobre las rígidas estructuras sociales, la codicia y el poder desmesurados de los hombres y lo absurdo de la obediencia ciega a los poderosos, rasgos que durante siglos (incluso hasta nuestros días) han caracterizado a la sociedad japonesa.


 Una escena de Uwasa no onna (Kenji Mizogushi, 1954)

Estos temas han sido el interés de muchos cineastas japoneses, pero lo que hace al cine de Mizoguchi especial es que se preocupó de filmarlo de manera hermosa y poética, sin caer en lo caricaturesco. Algunas de sus películas son adaptaciones de cuentos tradicionales del Japón y muchas de ellas están ambientadas en la era Meiji, que culminó en 1912 y en la que el cineasta vivió su infancia, por lo que es representada con cierto aire de nostalgia.

Los personajes femeninos son los más interesantes en el cine de Mizogushi, porque son los más elaborados, complejos y hermosos. Son personajes que sufren los embates de un destino cruel en una sociedad eminentemente machista y patriarcal, enfrentando sus desgracias con una sumisión que a los ojos occidentales resulta un tanto exasperante e incomprensible, pero que a los ojos de quien conoce los preceptos del confusionismo puede no serlo. No obstante ello, Mizogushi elabora un discurso crítico frente a esta realidad.

Este cine está sin lugar a dudas marcado por la propia experiencia del cineasta, puesto que siendo niño, su padre (figura castigadora y abusiva) vendió a una de sus hermanas a una casa de geishas, hecho que marcó profundamente al cineasta.


La señora Juki sufre a manos de la amante de su tirano esposo en 
El destino de la señora Yuki (1950). Esta última representa los vicios de 
la modernidad occidental corruptora de las virtudes del viejo orden social.

Una de sus mejores películas es Vida de Oharu mujer elegante (1951), ganadora de un Leon de Plata en Venecia en 1952 al mejor director. En ella, la protagonista sufre a lo largo del filme un calvario que la va llevando cada vez más abajo en la escala social, desde una posición de concubina respetable hasta terminar prostituyéndose y finalmente mendigando por las calles del Japón feudal. Es un personaje noble, que lo único que ha hecho para merecer semejante destino es oponerse a lo que la sociedad tenía predeterminado para ella, enamorándose de un cortesano (interpretado por Toshiro Mifune en su única colaboración con Mizogushi). Oharu ha cedido a sus deseos carnales, pero por sobre todo, se ha revelado contra la inamovilidad social, lo que la hace merecedora de esta suerte de muerte en vida sin posibilidad de perdón. La película refleja esto de manera brutal, terminando circularmente con Oharu mendigando en las calles, de la misma manera como comienza el filme.



Oharu se ve obligada a ejercer la prostitución para sobrevivir  en 
Vida de Oharu mujer elegante (1951) una de las obras maestras de Mizogushi.

Otras películas de Mizogushi nos ofrecen potentes reflexiones respecto de las mujeres en el Japón patriarcal. Es el caso de la trilogía compuesta por El destino de la señora Yuki (1950), La honorable señora Oyu (1951) y La dama de Musashino (1952), que nos hablan de la resignación, el sacrificio y la sexualidad reprimida. Estas cintas tienen lugar en la era Meiji, en la cual Japón comenzó su ascenso a convertirse en una potencia industrial. Es una era más moderna en Japón pero no por eso más justa con el género femenino, no obstante sirve como excusa a Mizogushi para reflexionar sobre el fin de una era en la que las mujeres encarnaban virtudes que en el nuevo Japón no tienen lugar. En estas películas las mujeres que representan “lo moderno” visten ropas occidentales en lugar del tradicional Kimono que suelen vestir las protagonistas.


La señora Yuki es introducida mediante este primer plano. 
Desde este momento queda establecida su condición de ser superior, mujer 
cuasi etérea, digna de veneración.

Cuentos de la Luna Pálida de Agosto (1953) es tal vez la película de Mizoguchi más popular en occidente y es una de las más bellamente filmadas por el cineasta. Como pocas veces, Mizogushi aborda en esta película el tema de lo sobrenatural. Es la historia del viaje iniciático del protagonista, Genjuro, un padre de familia que abandona su hogar en busca de fortuna, siendo seducido en el camino por el canto de las sirenas, una hermosa mujer, Wakasa, que le proporciona todo tipo de placeres y que a la larga no era más que un fantasma. De regreso al hogar, arrepentido, es recibido amorosamente por su mujer, solo para darse cuenta al día siguiente que quien lo recibió era el fantasma de la mujer que había muerto tiempo antes. Aquí el rol de las mujeres está en un segundo plano, pero no por ello es menos relevante puesto que sirven de oposición para elaborar un discurso en torno a la sensatez del hombre y a la debida prioridad que debe gozar la familia en sus objetivos.


Una bella secuencia de Cuentos de la Luna Pálida de Agosto, 
una de las películas más hermosas de Mizogushi

El personaje femenino funciona aquí por una parte como la voz de la sensatez y por otro, de la perdición encarnada en el fantasma que tienta al protagonista a llevar una vida de placeres descuidando sus deberes.


El alfarero Genjuro cae extasiado de felicidad en los brazos de 
Wakasa en Cuentos de la Luna Pálida de Agosto.

El cine de Mizogushi puede ser entendido en una lectura superficial como un cine moralizante y en cierta medida lo es, pero hay mucho más que eso. Sus películas son ejemplos de lenguaje cinematográfico en la construcción de personajes de grandes dimensiones y en el retrato del sufrimiento. No hay movimientos de cámara, encuadres ni secuencias de montaje irrelevantes en el cine de Mizogushi, donde todo está al servicio de la construcción dramática de la historia.



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